MITOS Y REALIDADES DE LA PROGRAMACIÓN

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A lo largo de la historia, las sociedades cambiaron. Modificaron sus hábitos, costumbres, sus relaciones y sus trabajos. Evolucionaron en aspectos médicos y tecnológicos, sumaron conceptos de diseño y comunicación a sus formas de interactuar e integraron rutinas gastronómicas y deportivas a sus vidas diarias. Pero hay algo que no cambió: la estigmatización del otro.

De alguna manera, el ser humano posee esa necesidad imperiosa de colocarse y colocar a otros individuos en categorías, agruparlos de acuerdo a sus características e intereses y dividirlos en clanes en función de sus profesiones. Cada persona tiene determinadas particularidades de acuerdo a la carrera que elija. Y eso, lo define como persona.

El mundo de la tecnología y puntualmente de la programación es quizás uno de los ejemplos más emblemáticos y fáciles de caracterizar. Casi todos hemos asegurado alguna vez que un programador es “raro”, “aburrido”, “solitario” o “independiente”. Y en términos internacionales los catalogamos como “freaks”, “geeks” y “nerds”.

Dejar de lado subjetividades

Si bien es cierto que las profesiones pueden definir nuestras conductas, pensamientos y la forma de relacionarnos con otros individuos, no todos los rasgos que se nos adjudican son ciertos o correctos. Por eso, es necesario desmitificar algunas de las características que se les confieren a los programadores y desarrolladores web para no caer en una concepción colectiva errónea.

Una de las aseveraciones mundialmente aceptadas acerca de estos profesionales tecnológicos es que su labor es muy rutinaria, que carece de diversión y que no implica creatividad alguna. Pero la realidad indica lo contrario. El trabajo de un programador implica una gran creatividad al momento de analizar y resolver un problema gracias al desarrollo de diferentes softwares.  Además, las estadísticas de varias encuestas demuestran que, en la actualidad, las empresas buscan profesionales enfocados en el teamwork, capaces de interactuar con los diferentes clientes y con facilidad para expresarse.

De la mano de esta concepción está la mal ponderada creencia de que ser programador es “difícil”. Desde que somos pequeños creemos que todo lo vinculado a la tecnología, los procesos, las matemáticas y demás ciencias exactas implican pensamientos complejos y resoluciones ininteligibles. El contexto actual nos demuestra que, en los últimos años, surgieron lenguajes muy fáciles de aprender y que sus metodologías evolucionaron considerablemente, lo cual indica que cualquier persona con ganas y voluntad puede formarse para programar en pocos meses, en base a la práctica.

En consecuencia, los procesos de aprendizaje de un programador no tienen nada que ver con la edad ni con la experiencia previa. Aunque siempre se recomienda empezar una carrera o profesión cuando se es joven, este concepto no es limitante en absoluto. No existe una edad recomendada para aventurarse al mundo de la programación ni tampoco es excluyente la formación previa. En una era de transformación digital constante, el mercado demanda profesionales tecnológicos de todos los tipos. En este sentido, programar puede ser un cambio de rumbo en la carrera de una persona y una nueva etapa de aprendizaje.

Una vez asumido el papel de programador o desarrollador, eso no implica que la persona se deshumaniza. Poseer un perfil orientado a la tecnología no aparta al profesional de cuestiones cotidianas ni lo hace ajeno al mundo real. De hecho, la programación y el software pueden encontrarse detrás de muchísimas tareas que realizamos a diario, como chequear la cuenta del banco, utilizar una app móvil de citas o averiguar el pronóstico del tiempo. Es decir que la programación es transversal y requiere de talentos con distintas perspectivas. Es por eso que las compañías valoran muchísimo a los candidatos que conocen de codificación a la vez que pueden interactuar con los usuarios y considerar las necesidades del negocio.  

Por lo tanto, estar inmersos en un mundo tecnológico no los convierte en personas antisociales. En efecto, dedicarse a la programación acompaña a la persona a ser miembro de una gran comunidad. Es así como la mayoría de quienes encuentran trabajo en el área lo hacen gracias a la red de contactos que se genera por compartir aficiones, gustos y la fascinación por un mundo que, claramente, ya es parte del futuro.

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