A principios de 2020, mi vida era otra. Mientras trataba de ordenar mis cuestiones personales y laborales, la pandemia me atrapó en una etapa de transición. Hacía unos meses que había dejado de trabajar como jefe de Prensa en una ONG y todavía no estaba organizado ni sabía hacia dónde iba a dirigir mi carrera profesional. Si bien tenía algunas propuestas dando vueltas, ninguna parecía concretarse.
Cuando los shoppings bajaron sus persianas, los aeropuertos cerraron sus hangares, los autos dejaron de circular por las calles y los niños abandonaron las plazas, mi vida entera entró en pánico. ¿Qué iba a hacer? ¿Cómo atravesaría sin trabajo una pandemia que quizás no terminaría nunca? ¿Cómo iba a generar proyectos si la realidad me enfrentaba a mis peores miedos?
Imágenes de plantas secas rodando en las películas del Oeste y las series de zombies que se multiplicaban en Netflix no dejaban de dar vueltas en mi cabeza, como si el mundo realmente estuviera destinado a ese fin.

Pero aun en ese universo caótico y apocalíptico yo quería recuperar mi espacio, mi sueño y mi pasión.
Hasta ese entonces, la realidad que conocía era la de trabajar de 9:00 a 18:00 de lunes a viernes, con feriados incluidos, dos aguinaldos por año y vacaciones pagas. Pero siempre en la misma oficina, con sueldos que podían variar de acuerdo a las decisiones del sindicato de turno y una repetición diaria de tareas y obligaciones.
Luego de semanas enteras de desorganización y dificultades para que la monotonía y el tedio no me dominaran, empecé a idear una plataforma digital de charlas motivacionales. En esa época, la mayoría de los voceros estaban vinculados de alguna u otra forma a la pandemia. Había especialistas en salud, pacientes dados de alta y expatriados que el COVID había abandonado en algún sitio lejos de su hogar.
De a poco, el proyecto fue tomando forma. Desarrollé el sitio web, abrí una cuenta en Instagram y otra en Linkedin y comencé a generar contactos con diferentes organizaciones. Y, aunque hubo algunas empresas que implementaron las charlas virtuales en sus equipos de trabajo, la iniciativa fue desvaneciéndose de forma paulatina. En ese interín, volvió a resurgir en mí el interés por la profesión que había ejercido durante los últimos 15 años de mi vida: el periodismo. Pero esta vez, desde otro lugar.
Hacer entrevistas por zoom, crear contenido para sitios web (tanto en español como en inglés) y escribir artículos para revistas especializadas en sustentabilidad, emprendedurismo y el sector empresarial no eran actividades nuevas para mí. Pero hacerlo desde mi casa todos los días mientras regulaba mis tiempos y armaba esquemas para organizar mi desorden mental sí lo era.
No estaba acostumbrado a ese tipo de trabajo que podía parecer muy simple pero que, en realidad, demandaba mucha atención y esmero y requería generar propuestas e ideas de forma constante. Porque cuando trabajaba en relación de dependencia, no importaba si había momentos en los que no tuviera nada que hacer. Tampoco me preocupaba si me enfermaba y debía faltar o si me tomaba o no todas las vacaciones que me correspondían. En cualquiera de los casos, el sueldo mensual ingresaría a mi cuenta bancaria a fin de mes sin mayores inconvenientes.
En esta nueva etapa, me enfrentaba a otra situación. Los tiempos muertos eran eso, MUERTOS. No había premios ni resarcimientos. Las horas que no se trabajaban o se utilizaban para la procrastinación, estaban perdidas a nivel económico.
Pero, por otro lado, ese tipo de trabajo me hizo sentir libre. Ser el decisor del cuándo, cómo y dónde llevar a cabo mis obligaciones laborales me brindó una autonomía e independencia que no había experimentado antes. Y descubrí que estaba menos estresado, la obligación de cumplir con horarios, métricas y objetivos había devenido solo en deadlines bastante flexibles que generaban un disfrute en el trabajo, algo que hacía mucho tiempo no experimentaba.
En ese tiempo en el que volví a mis raíces con las oportunidades que aparecían en el mercado, me di cuenta de que tanto trabajar en mi proyecto de charlas motivacionales como ser periodista independiente tenían un nombre, una denominación. Se trataba de un concepto que distinguía a aquellas personas que trabajan en línea con internet y que tienen la libertad de hacerlo desde cualquier lugar del mundo. Así me convertí en un nómade digital.
Nómades digitales
El movimiento de los nómades digitales surgió en la década de los ´90 con la popularización de internet y el desarrollo de tecnologías que permiten trabajar en línea. Sin embargo, recién a partir de 2010, el término ganó mayor popularidad como consecuencia de la creciente demanda de trabajos remotos y la disponibilidad de herramientas y plataformas digitales que permiten trabajar desde cualquier lugar del mundo. En los últimos años, el movimiento de los nómades digitales se hizo tan popular que se estima que existen millones de personas en todo el mundo que utilizan esta metodología de trabajo.
Entre las características principales de estos aventureros de la libertad se encuentran la realización de trabajos remotos como freelancers, lo que les permite tener un horario flexible y trabajar desde cualquier lugar que deseen. Mientras que algunos nómades digitales viajan constantemente, otros se establecen en un lugar por un período de tiempo determinado o incluso permanecen en sus ciudades de origen, pero sin asistir a una oficina o espacio de coworking.
Y, aunque este estilo de vida puede ofrecer una mayor libertad y flexibilidad, también puede tener ciertas desventajas, como la necesidad constante de mantener una conexión segura a internet y la falta de estabilidad en términos de ganancias, relaciones personales y comodidades del hogar.
Algunas ventajas y desventajas del nómade digital
Ventajas:
- Libertad geográfica: puede trabajar desde cualquier lugar del mundo, lo que le permite viajar y explorar nuevos lugares.
- Flexibilidad: tiene horarios flexibles y puede trabajar en cualquier momento del día o de la noche, lo que le permite equilibrar su trabajo y su vida personal de la forma en la que desee.
- Ahorro de dinero: puede ahorrar dinero en alquiler, traslados, comidas fuera de su casa y gastos de oficina.
- Conocimiento de nuevas culturas: puede aprender sobre nuevas culturas y formas de vida si elige viajar y trabajar desde diferentes ciudades del mundo.
- Mayor productividad: puede llegar a ser más productivo porque no tiene distracciones en el lugar de trabajo.
- Libertad emocional: trabajar de forma independiente beneficia mentalmente a quien lleva adelante la actividad.
Desventajas:
- Falta de estabilidad: puede sentirla en su vida personal y profesional, especialmente si viaja con frecuencia.
- Problemas de conexión a Internet: trabajar en línea requiere de una conexión a Internet confiable, lo cual puede poner en jaque el trabajo remoto.
- Soledad: algunos nómades digitales pueden sentirse solos debido a la falta de interacción social en el lugar de trabajo.
- Estrés: viajar y trabajar al mismo tiempo puede ser estresante y agotador, especialmente si se tiene que cumplir con plazos de trabajo y lidiar con la logística del viaje.
- Falta de beneficios laborales: como trabajador independiente puede no tener acceso a beneficios laborales como medicina prepaga, vacaciones pagas y aguinaldo.
- Monotonía: trabajar desde un mismo lugar, sobre todo si es el hogar, puede generar tedio y aburrimiento.
Mi experiencia en Pigma
Una vez que volví al periodismo como redactor independiente, aparecieron varios desafíos. Por un lado, tenía la potestad de organizar mi tiempo y mi trabajo de la forma en la que yo quisiera. Mi única obligación era cumplir con las entregas y asistir a las entrevistas y reuniones que se pactaran en las diferentes plataformas virtuales.
Por otro lado, eso mismo que parecía ser un beneficio tenía otra faceta no tan positiva. Para llevar adelante los proyectos que iban apareciendo debía ser lo suficientemente organizado como para no superponer las actividades y realizar la entrega de trabajos en los plazos requeridos. También debía dedicarle un tiempo extra a la organización de mis finanzas ya que una de las características del trabajo remoto es que puede no tener continuidad. Es decir que, si bien puede ser por períodos extensos, también puede serlo por meses o solo semanas.
Mi vida de nómade digital volvió a cambiar cuando decidí mudarme a la costa. A principios de 2021, la pandemia todavía era un presente simple del modo indicativo y esa sensación de libertad y autonomía que ya venía latiendo en mí desde el año anterior, encontró su matriz en ese viaje.
Se trataba de buscar la felicidad, la paz, la tranquilidad de saber que estaba donde quería estar, aunque eso implicara renunciar a un trabajo tradicional y enfrentarme a los dilemas y preocupaciones inherentes al nomadismo.
Desde mi casa de tejas y ladrillos que está a cinco cuadras del mar empecé a construir mi perfil de trabajador remoto.
En esa vorágine de convertirme en un Excel viviente que pudiera administrar horarios, plazos y economía recibí una propuesta inesperada. Leandro Gil, que había conocido en la ONG donde había trabajado, que ya era un amigo y con quien había compartido un proyecto frustrado, me convocó para ser parte del equipo de Comunicación de Pigmalion Software. Y fue en ese lugar donde mi trabajo como nómade digital tomó forma y se consolidó.
Pigma es una empresa con un enfoque particular y distintivo que le agrega un diferencial a la forma de encarar el trabajo: su estructura horizontal. Esto permite que los empleados tomen decisiones por sí mismos y evita la pirámide jerárquica que caracteriza a compañías más tradicionales. Como consecuencia, el staff se siente más cómodo y valorado en su espacio de trabajo, lo cual genera más ideas y propuestas.
Mi incorporación no fue una excepción. Desde el inicio, todos me dieron un lugar que yo pensaba que no me correspondía y me hicieron sentir parte de ese entorno que caracteriza a la empresa. Luego de mi ingreso, empecé a colaborar en el contenido de Galatea, el flamante blog de Pigma, y también como fotógrafo de las reuniones especiales, encuentros y alguna que otra situación particular que ameritara ser inmortalizada detrás de la lente.
Si bien muchos de los empleados de la empresa venían trabajando en sus casas desde la pandemia, la mayoría concurría a la oficina una o dos veces por semana. Algunos, quizás, en tiempos más prolongados. Pero ninguno trabajaba de forma completamente remota. Y es en ese punto preciso donde me sentí incluido.
Comencé a participar de las reuniones virtuales y a mantener una correspondencia digital y frenética con Leandro. Me interioricé en temas que eran completamente desconocidos para mí y que, aunque hoy todavía no los manejo con total pericia, dejaron de ser un signo de interrogación. Leí, me informé y escribí sobre tecnología, programación y procesos.
Y mientras lo hacía y lo sigo haciendo, me di cuenta de que el nomadismo digital no solo tiene que ver con lo que uno quiere y desea, sino también con la colaboración y el apoyo de los otros. Porque para que yo sea un nómade digital tiene que haber una empresa detrás que me avale y personas lo suficientemente vanguardistas como para entender que el trabajo en equipo y por resultados no pasa únicamente por cumplir horarios.

Aunque admito que no me gusta pensarme dentro de categorías o estereotipos, debo reconocer que soy nómade digital. Que trabajo desde la distancia y que el avance de internet y la tecnología hicieron que las palabras que redacto entre pinos y gaviotas lleguen a lugares lejanos e impensados. Que cuando viajo a Buenos Aires lo hago como si fuera una aventura y redescubro la ciudad como si nunca la hubiera conocido. Que puedo ir a la oficina de Pigma o encontrarme con pares en eventos y conversar de igual a igual como si estuviera trabajando con ellos todos los días, de 9:00 a 18:00, in situ. Que no importa donde esté, qué hora sea o cuánto haya aprendido en el camino, porque el trabajo está entregado y aparece en la carpeta “Recibidos” de las cuentas de e-mail.